Caminando entre hirientes zarzas me encontré aquella vez. Recuerdo la impotencia de mis brazos ante las lágrimas de sangre que recorrían mis mejillas, y la fiereza de mis piernas, soportando el peso del dolor, la angustia y la soledad...
Cargaba desde hacía tiempo una gran mochila de mentiras y preguntas, y en mi mente, obnubilada por el egoísmo y la terquedad, un sinfín de reproches y excusas...
Oliá a jazmines y rosas aquella jungla. Hacia adelante, el mismísmo paraíso terrenal abría ante mí un inmenso abanico de colores que ofrecía a mi vida sin pedir nada a cambio. Mas a cada paso lo único que quedaba eran las espinas de los rosales, vastas extensiones de cardos secos y tierras yermas...
Arduo fue aquel camino, mi decisión era la de seguir adelante sin importarme la destrucción de aquel glorioso paisaje, cuando de repente mis piernas flaquearon, mis brazos cansados liberaron su carga y mi cabeza explotó...
El vacío dejado por los malos pensamientos se llenó de colores, aromas, sabores y vida, todos extraídos de la misma fuente, que ahora se revelaba inagotable...
Y así fue fin y principio, principio y fin, aquel apagón total de mis viejas ideas. Y así fue, también, como pude descubrir nuevas sensaciones, que hoy, poco a poco, se refugian en recuerdos...
