Si en la verdad o la mentira se midieran la noche y el día, quiero mostrar que elegiría no hacer nunca jamás el mal.
Si fuera sólo por decirlo. Si fuera tan fácil mostrar. Si fuera el error un momento, y luego quedara el olvidar.
El tiempo dice tantas cosas, en su silencio sepulcral; tanto que a veces no le entiendo, tanto que no llego a escuchar.
Pero si valen las miradas. Si vale el brillo de mis ojos. Mirá y decime qué se nota, quizás podamos remontar.
Dame de todo, dame. No dejes nada detrás.
-Pero hoy no quiero escribir-
Mirame, mirame y dejame ahí. Plasmame, contame, decime. No dejes nada detrás.
-Hoy no quiero escribir-
Tocame, sentime, medí mis latidos. Ponete más cerca, escuchá mi respiración. Que no quede nada detrás.
-No quiero escribir-
Vení, tomame de la mano. Camina y que el suelo cambie. Sonreí, que no te importe más. Que sea acá y ahora el tiempo a mantener y que mañana sea discusión nueva, nuevo odio, nuevo amor. Que sea un nuevo amanecer.
Vení, sentí la incertidumbre. Sumergite hondo, más hondo.
Que no quede nada detrás.
-No quiero-
Lo incorrecto, lo feroz de esta liturgia es esa enorme llama que arde incandescente y consume incansable, desde dentro, hasta dejar el Alma pelada, libre de mis, de tus; libre de éste o aquel; libre de oxígeno.
Este fuego de nos, nos quemó hasta la médula y sólo quedó un vacío, tan infranqueable como creciente. Aún no sé si lo vimos venir...